Circo, un documento de A. Grosso y M. Barrios

elcirco Hay quien dice que el circo es triste, quien dice que es melancólico, decadente, incluso precario. Quizás tengan razón en ciertos aspectos, pero es un espectáculo secular, de larguísima tradición, que se remonta tiempos remotos y que quizás siga siendo necesario cultural y socialmente hablando. En nuestra época parece que ha sido desplazado por otro tipo de espectáculos o de creaciones visuales, de modo que los artistas y empresarios han buscado nuevas formas estéticas más refinadas, además de adaptar sus componentes a una nueva sensibilidad social; por ejemplo, ya es raro un circo con domadores de fieras o con animales amaestrados, y más raro aún aquel en el que actúen menores de edad, lo que en los circos clásicos era muy común, pues los hijos de los artistas circenses, por lo general, continuaban la profesión de sus padres con un entrenamiento temprano.

Este libro, que encontré en la librería teatral «La Celestina», en la calle Príncipe de Madrid, frente al Teatro de la Comedia (ahora en obras y provisionalmente en el Teatro Pavón), es una joya de eso que algunos dicen del espectáculo circense, una joya melancólica. Se trata de un relato documental sobre el circo de Ángel Cristo. Los dos autores, novelistas de fama, frecuentaron la carpa, la cantina y los carromatos, para conocer a los protagonistas del circo, a los payasos, a los domadores, a los acróbatas y trapecistas. De esos encuentros amigables surgieron conversaciones y entrevistas, y de ahí este entrañable libro sobre el mundo del circo.

Verdaderamente, no es libro ni por su difusión (descatalogado, aunque puede encontrarse quizás en http://www.iberlibro.com), ni por su nivel narrativo para que lo lean alumnos, ni tampoco se puede sacar provecho académico de él, en el sentido de que no es un texto teórico ni analítico sobre el espectáculo del circo. Es simplemente un buen libro para amantes de las Artes Escénicas. La vida de los artistas circenses ambulantes queda perfectamente retratada.

Dejo estos preciosos párrafos con los que se abre el libro, que todo él es de una gran calidad literaria:

«Cuando se traza con una cadena el diámetro que habrá de tener el Circo, ya la tierra empieza a oler a maquillaje y a selva, a acetona y a cuerpo de muchacha. Febrilmente, como si les fuera a sorprender de un momento a otro la hora de la función, los hombres trabajan, a compás medido, constante y silencioso. El Circo, tan libre, tan humano, se alza por encima de esos espectáculos menores en los que «todo es permanente y no hay que esperar».

Riostras y crucetas, garruchas y cables van ocupando su sitio exacto, levantando el velamen hasta que los castilletes apuntan al cielo y, por fin, asciende, como un monstruo que se despereza, la airosa cúpula de la carpa. Una montaña que tiembla: con las poleas precisas, con los puntales justos -marchapiés, galleta, perchas, violín…- para no desmayarse, porque entonces quedarían sepultados bajo ella las risas de los niños, el generoso entusiasmo del aplauso y ese latido que prende en la garganta cuando hiere los ojos el destello de una barra metálica, allá arriba».

~ por Fuensanta Muñoz en 24 septiembre 2009.

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