Relajación 1
Esta vez sin imágenes, voy a hablaros de la relajación.
Normalmente estamos en tensión sin darnos cuenta. Incluso en el sueño tendemos a realizar con nuestros músculos los movimientos que hacemos en nuestros recorridos oníricos. Los niños y los bebés más pequeños, en situación de bienestar, están relajados, pero no ocurre así con los adultos. Es verdad que la tensión es necesaria para la vida, pues nos mantiene alertas ante los peligros o las situaciones en las que debemos responder con prontitud y seguridad, pero en realidad no es bueno para nuestro cuerpo ni para nuestra mente un estado continuado de tensión. Lo beneficioso sería que tuviéramos control sobre la tensión y la relajación, pues ambas se complementan y ambas son necesarias: la tensión para el desarrollo de todas nuestras actividades, la relajacíón para nuestro descanso y para que nuestro cuerpo no resulte dañado. Lo ideal, desde luego, es poder mantenernos relajados, tensionando solamente aquellas partes que necesitemos para nuestra actividad. Para un actor esto es absolutamente fundamental.
Existe una relajación pasiva, que podemos inducirnos nosotros mismos mediante determinadas técnicas, que nos sirve para descansar y desbloquear nuestros nervios y músculos. Esta relajación es muy útil al final de un ejercicio fuerte, al final del día, antes de dormir, o en situaciones de mucho cansancio. Pero si se trata de relajarnos para acometer un ejercicio con dominio sobre nuestro cuerpo, es más conveniente practicar una relajación activa, en la que la conciencia de nuestro propio cuerpo se tome a través del contraste entre tensión-relajación.
Así mismo, existen dos clases de relajación: una llamada imaginativa, en la que la persona puede imaginarse ser diferentes cosas, como una hoja de papel, una hoja de árbol, un montón de arena acariciada por el viento, o imaginar que una luz o un color nos invade, o que somos moldeados por el viento, y muchas cosas más que la imaginación puede hacer, puesto que es una facultad prodigiosa y multiforme; pero también hay una relajación que consiste en ser nosotros mismos y tomar conciencia de nuestro cuerpo como un todo o en cada una de sus partes, lo que nos permite entrar en una relación profunda con nuestro propio cuerpo, que es el principal instrumento del actor.
La relajación pasiva debe hacerse siempre tumbados en una posición cómoda, bien boca arriba, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo y las piernas ligeramente separadas, o bien boca abajo, con un brazo doblado a la altura de la cabeza, que se mantiene vuelta de un lado, y el otro brazo a lo largo del cuerpo; las piernas del mismo modo, una doblada ligeramente y la otra extendida. En una de estas posiciones, se irá repasando todo el esquema corporal, detenidamente, parte por parte, sintiendo cómo los músculos se sueltan y se distienden. A veces puede ayudar imaginar la sensación de pesadez, de ligereza o de calor en la parte de nuestro cuerpo en la que estamos concentrados. Cuando se logra la relajación, se debe mantener la sensación placentera de tranquilidad tanto tiempo como apetezca, y se debe salir de la relajación lentamente, moviendo despacio los miembros relajados en el mismo orden en que los repasamos para comenzar. Nunca salir bruscamente de una relajación profunda.
Es importante que practiquemos diariamente la relajación pasiva de reconocimiento corporal, pues se convierte finalmente con la práctica en algo casi automático y nos da un gran dominio de nuestro cuerpo. También es importante que la relajación se realice con respiración lenta abdominal, inspirando por la nariz y dejando ir el aire suavemente por la boca. Una buena respiración es el mejor relajante.
En una próxima entrada, hablaré de la relajación activa, que es la que mejor ayuda para disponernos a un ejercicio.